El multimillonario se encontraba paseando por el parque. Cuando tornaba de retirada, se cruzó con un vagabundo ebrio que porfiaba a su dios y reía histéricamente. El multimillonario le reprochó, buscando las más adecuadas palabras pudientes:
—Señor: hiede usté a sucio, hiede usté a flor.
Por la noche el vagabundo se revolvía en sueños, resonando en su cabeza la frase que le habían sentenciado. «Señor: hiede usté a sucio, hiede usté a flor.» «No olería a sucio si tuviera donde regarme. No olería a flor si en un ara pudiera enlazarme.»